De madre cántabra y padre vasco, nací en un pequeño pueblo de Bizkaia llamado Trucíos-Turtzioz (Trucyland, como lo bautizó mi prima Inés), donde el mayor entretenimiento en la década de los 80 era correr entre los campos de maíz en verano y pasar muchas horas frente a la televisión en invierno. Yo hacía las dos cosas. Y aun así me sobraba tiempo para leer.

En mi habitación había una estantería repleta de cuentos. Estaban todos tan apretados entre sí que era necesario hacer un gran esfuerzo para sacarlos y colocarlos en su sitio sin que se me cayeran los demás. Aún los conservo todos, porque, en los días grises, cuando hago flashback, puedo ojearlos, releerlos, perderme en sus dibujos y recordar la voz de Nati cuando me los leía un día tras otro, casi de memoria, para conseguir que no dejara comida en el plato. Me gusta escuchar historias, desde pequeño, por eso, ahora que estoy un poco crecidito, me he decidido a contarlas.

Mi pasión por la literatura y por las grandes series de televisión me ha llevado a escribir este libro que ahora tienes entre las manos. En mi defensa podría decir que siempre he sido muy diferente al resto, pero ahora que lo pienso, tampoco desearía ser de otra forma. ¿Qué le voy a hacer? Elegí el camino difícil. Tal vez por eso haya llegado hasta aquí.

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